Cuando estaba pequeña, recuerdo recibir en el catecismo mi preciado “Caminito de Adviento”, estos días donde iba procurando una serie de buenas acciones que preparaban mi vida y mi corazón para la llegada de Jesús. Habiendo crecido, creo que vamos madurando este camino y esta preparación, hacia un sentido más profundo de memoria sobre el Dios vivo que viene a quedarse con nosotros. Sin embargo, durante estos últimos años, he reflexionado mucho en el significado que nuestro entorno le da a esta época. En muchas ocasiones, la Navidad ha llegado a girar más en torno a los regalos, decoraciones y fiestas, llegando a olvidar su verdadero propósito. Y es que festejar no es algo malo, sino que es importante pausar y reflexionar el propósito con el cual lo hacemos. Cada vez, resulta más difícil realizar esta preparación de nuestra vida, entre la aceleración del mundo en el que vivimos. Darnos este espacio de caminar este tiempo en reflexión sobre aquello que más valoramos, es algo que me gustaría que pudiera estar en la prioridad de nuestra vida diaria. Y quizá preparar nuestra vida, así como preparamos nuestro entorno y que nuestras decoraciones reflejen el nivel de preparación de nuestra alma. Y es que, estar preparado, es tener el corazón libre y dispuesto a dar y servir, y caminar hacia este desprendimiento. Y plantearse el verdadero sentido de esta época en nuestras vidas. En este camino de preparación, el cardenal Raniero Cantalamessa, decidió dedicar las reflexiones de adviento a esta fuerza que obtenemos dentro del ejemplo de Jesús y su venida al mundo. Para ello se enfoca en retomar nuestras tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Comenzando con la fe, reflexionamos sobre la simple y poderosa pregunta que Jesús hace constantemente a sus discípulos: ¿Crees? Y me deja pensando en lo poderoso que es creer, creer en un mundo justo, creer en un mundo bueno, creer que es esta fe la que salva nuestra vida, tal como al ladrón en la cruz. Tener fe en un Dios bueno, misericordioso y pensar en cómo ser reflejo suyo. El sabernos hijos, de este gran Padre, Hermano y Maestro, nos invita a potencializar nuestra libertad y encauzarla a decisiones que construyan en vez de destruir. Convertirnos en verdaderos discípulos de este Dios que viene a enseñarnos cómo vivir en plenitud nuestra humanidad. Siguiendo con la esperanza, el cardenal nos comparte que ésta es una virtud activa. El compartir esta esperanza de una vida eterna, el soñar con cumplir aquello que Dios espera de nosotros. El ser valientes y atreverse a salir, a levantarnos y caminar, como aquellos a quienes Dios envía. Vivir en la esperanza, es vivir en un arrastre hacia adelante, soñando como niños y creyendo que construir algo bueno y diferente es posible. La esperanza es como la hermana pequeña de la fe, aquella que, aunque es menor, la impulsa a divertirse, a reír, a soñar, tal como lo hacen los niños. Y es que ser cristiano es esto, es soñar como niños, y vivir en alegría, tal como nos invita Jesús. Finalmente, llegamos a la caridad, la cual refleja este amor de Dios y para Dios que edifica a su pueblo. El cardenal expresa que “habiendo sido creados a imagen y semejanza de Dios, el ser humano esta predispuesto para amar y ser amado”. Primeramente, nos invita a abrir las puertas de nuestro corazón a este Dios que nace en un infinito amor, siendo capaz de asombrarnos con su amor. Que nuestra fuente de felicidad nazca, por ende, en el servir al prójimo como Dios lo ha hecho con nosotros. Y que esta época nos dé el espacio de reflexionar en el inmenso amor que se nos ha dado, e impulsarnos a compartirlo con los demás. Si pensamos en el significado etimológico de la navidad, este proviene de la palabra Nativitas en latín, es decir “nacimiento”. Este nacimiento que nos invita a renacer en nuestra propia vida, a transformarla. Y retomar este gran significado de quién nace, el Emmanuel, este Dios con nosotros que ha venido a quedarse con sus hijos. Pensar como San Agustín, es comprender el símbolo de humildad que este acto representa. Pensar en que la Navidad, es la fiesta de la humildad de Dios, esta invitación que nos hace el Creador Todopoderoso a seguirlo y renacer en Belén. El Santo Padre nos invita este año a vivir una navidad en esta humildad, redescubriendo la pequeñez de Dios, enfocándonos en enraizar y fortalecer nuestra relación con Él. Y creo que nos ayuda a descubrir la verdadera riqueza en el frío de Belén, la sencillez, el silencio y el inmenso amor dentro de esta pequeña gran familia. Es en este ejemplo, que obtenemos el impulso, como cristianos de enfrentar todos los obstáculos que se presenten en el camino. Isabel Tello
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