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LA PAZ TIENE TU ROSTRO

9/29/2022

1 Comentario

 
La porción del corazón de Jesús asignado a la acción, le pertenece en especial a la juventud. Unos jóvenes capaces de sacudir el mundo y remover las tierras para que vuelvan a ser fértiles. Unos jóvenes que atienden el llamado de “Pedro” y deciden no quedarse en el sofá “balconeando” la vida, sino que salen a las calles a ensuciar un poco - y en el buen sentido -, el cristianismo.

La paz, más allá de ser un constructo de tipo social - porque debe de serlo -, es un “don que viene de lo alto”, una gracia que proviene del Creador y del Espíritu que “aletea sobre las aguas” para “pacificarlas”, para darles orden y propósito. En efecto, el tercer fruto del Espíritu es la paz (Gal 5, 22).

El Espíritu es dinámico, creativo, penetrante, incluso “atrevido”, y eso sí, no suele quedarse quieto. ¿Acaso existe alguna diferencia entre el corazón de los jóvenes y el Espíritu Santo? ¿No creen que hacen algo así como “the perfect match”?

Bien decía Isaías (52, 7) anunciando la gran liberación: “¡Qué hermosos son sobre las montañas los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación y dice a Sión: “Ya Reina tu Dios”!”. Así establecía la profecía que se cumpliría perfectamente en Jesús de Nazaret.

Pero, no pasemos por alto un gran detalle: antes de ver a Jesús caminando entre los pueblos y las aldeas de su territorio anunciando el Reinado de Dios, hubo una joven que se atrevió mucho y caminó entre las montañas de Judea para ir a servir a casa de su pariente y establecerse allí durante 3 meses a pesar de las circunstancias (todos ya sabemos quién es la joven y cuáles fueron las circunstancias). Pareciera ser que Jesús tomó la costumbre de su joven Madre el recorrer caminos para llevar buenas noticias a las personas.

Jesús mismo, en su ministerio, no superaba los 33 años - podríamos decir de algún modo, que era un joven todavía -, cuando, anunciando la salvación, colmaba de paz todos los corazones que con Él se encontraban.

Ahora bien, es importante tener en cuenta que, los pies que suelen recorrer regiones montañosas, suelen ser pies llenos de energía, fuertes, vigorosos, resistentes y valerosos. La Iglesia en este sentido, no se cansa de promover, a través de las comunidades y movimientos apostólicos, las famosas “misiones juveniles”, cuyo principal objetivo es anunciar en las periferias y lejanías a Jesús Resucitado, y con Él, la paz que se propaga por el Evangelio. 

Jesús, al enviar a los 72, lo primero que le dijo a sus discípulos que debían decir al llegar a una casa fue: “Paz a esta casa”. Por algo, a lo largo de las Escrituras abundan las alusiones al “Dios de la paz”, al “Señor de la paz” e incluso al “Evangelio de la paz” (Ef 6, 15), texto que alude a la armadura del combate espiritual, y específicamente, a la parte del calzado. 

Tiene mucho sentido pues, asociar el calzado a los pies y al caminar entre las montañas. Queda claro que esto corresponde evidentemente a la juventud. Una juventud que arriesga, que escala, que busca, que no se cansa, llena de vitalidad y dispuesta a todo por el Evangelio, por amor a Dios y a su Iglesia.

Los jóvenes son artesanos de la paz, capaces de reconocer en medio de las vicisitudes de la vida y con un espíritu compasivo, el sufrimiento del otro. Capaces de vencer la indiferencia con misericordia. Capaces de ver a Cristo perdido y sufriente, pero, no para dejarlo allí, sino para “samaritanearlo”. 
Los jóvenes sedientos y conscientes de su responsabilidad con el presente y el futuro, se disponen siempre a la promoción de un diálogo pacífico, al encuentro entre las diferencias, a la escucha atenta y conmovida de las aflicciones, dolores y tormentos del que padece, y, al trabajo en proyectos para el bien común. No se equivoca el Papa Francisco, en sus recurrentes mensajes a los jóvenes, cuando les exhorta a vivir la “cultura del encuentro”. Bien sabe él que son ellos los protagonistas de esa Iglesia que evangeliza en lo cotidiano, en las calles, en las montañas, en los bares, en los templos, en los parques, en los estadios, en sus hogares… pues son capaces de construir en su cultura y entorno, con creatividad exuberante y prodigiosa, un Evangelio que da vida y trae paz, y, que, además, hace fecunda a la Iglesia. 
Por tanto, tampoco se equivocó Jesús en el monte de las bienaventuranzas al decir: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. El joven que se ha encontrado con Cristo se ha hecho consciente de su más profunda e íntima dignidad: es hijo de Dios. Al saberse hijo de Dios, se identifica como el obrero que construye paz, como el artesano que da forma a la vasija de la armonía y la concordia.

De este modo, el itinerario pacífico del Evangelio, recorre el mundo y las sociedades bajo el rostro del joven que se ha encontrado con Jesús. Un rostro radiante y luminoso que vence las oscuridades y hace brotar la calma en las tormentas. Una paz que se fabrica desde la intimidad con Jesús, la “paz que supera toda inteligencia” y que custodia sus corazones y mentes, pero que también, es una paz visible, eficaz, perceptible a los ojos de la humanidad, que solo se construye con manos obreras y artesanas, guiadas por el viento impetuoso del Espíritu que ha soplado sobre ellas. Estas manos son jóvenes. Estas son tus manos Jesús.
Juan David Jiménez
Formador, Un Corazón que Arde

1 Comentario
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6/28/2025 04:17:22 pm

I believe young people have the energy and passion to bring peace into the world.

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