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LA VIDA ORDINARIA DE UN SEMINARISTA

11/10/2020

2 Comentarios

 
    Muchas veces cuando vamos a una iglesia o vemos a un sacerdote caminando por la calle, pensamos que siempre ha estado así, como si esta persona hubiera nacido ya con el cuello puesto. Pero eso también nos pasa con muchas otras cosas. No nos preguntamos de donde vino el coche que hemos manejado por años. Cada vez que llegas a cenar, no siempre piensas en las horas que estuvo tu mamá en la cocina, preparando algo con mucho amor. Y cuando vemos a un sacerdote día tras día en el confesionario, dispensando la misericordia de Dios, pocas veces pensamos en el camino de alegría y lagrimas que tuvo que recorrer. 
    Yo sentí mi llamado al sacerdocio cuando tenía trece años. Casi cada mes, mi mamá nos llevaba a una capilla en el centro de Houston, y nos prometía unos postres deliciosos de Krispy Kreme si fuéramos a confesión. Trato hecho, ¿Quién puede resistir tal oferta? En una de esas confesiones, sentí una voz interior que me decía, “John quiero que seas mi sacerdote.” Fue una intuición que me llenó de paz, pero al mismo tiempo de una urgencia de hacer algo, de responder. Me encontraba sin respuestas. ¿Alguna vez has tenido que cocinar la cena porque tu mamá está fuera de casa? Ni siquiera sabes donde están las ollas. ¿Por donde empiezas?
    Así estaba yo hasta que me invitaron al seminario menor, y mas después obviamente los estudios formales para ser sacerdote. ¿Entonces como es esa cosa de ser seminarista, de formarte para ser cura? Yo soy Legionario de Cristo, y tenemos una formación muy larga, casi trece años en total. Pero esos años se dividen en meses, en semanas, y luego en días concretos. Mi día “ordinario” empieza bastante temprano, a las 4:50. Me levanto para hacer algo de ejercicio, y luego a la capilla. Nosotros hacemos una hora de meditación diaria, en la cual reflexionamos sobre algún pasaje del evangelio, o simplemente contemplamos a Cristo quien nos ama tanto. Después de la meditación tenemos misa. Luego viene un desayuno espartano, porque al menos aquí en Roma no es costumbre tener los grandes y deliciosos desayunos como en México y los Estados Unidos. 
    Hay algunos empleados en la casa que ayudan con la cocina, los jardines, y la lavandería. Pero la mayoría del trabajo se divide entre nosotros seminaristas para cubrir las diversas áreas de la casa. Desde siempre he trabajado en la lavandería, pero hay otros que cocinan, cortan el pasto, y limpian varios lugares de la casa. Y cada uno igual tiene que mantener su cuarto en buen estado, y no siempre es fácil si no tienes el habito. Así que después de desayuno hay un tiempo de limpieza, y luego a clases en la mañana. Aquí en Roma nos toca estudiar en total seis años, lo cual es una bendición enorme estar cerca a la ciudad del Vaticano y al Santo Padre. Esos seis años se dividen en tres años de filosofía y tres de teología. 
    A medio día tenemos la comida todos juntos. Después de una mañana de estudiar, la única cosa que quieres hacer es comer tres platos de pasta. Esos momentos en comunidad son excelentes para compartir la alegría y la fraternidad que nos debería caracterizar. Y después de tres platos de pasta, a fuerzas uno tiene que tomar una siesta para que rinda mejor en la tarde. Uno puede, en la tarde, estudiar, ir a hacer apostolado, hacer ejercicio, y dedicar mas espacio a la oración contemplativa. Es bonito pasar por la capilla y ver que hay un hermano en oración. Porque el seminario es justo el tiempo cuando el joven apasionadamente enamorado de Cristo siembra lo que luego cosechará en su futuro sacerdocio. 
    Tenemos cena al final del día y luego adoración comunitaria. Acabamos como comunidad juntos delante del Señor, y sabemos que Él nos mira con tanto confianza y alegría. Rezamos por toda la gente que ha pedido oraciones. Y así día tras día, Cristo va moldeando el corazón del joven seminarista. Esos días se conviertan en semanas, en meses, en años, hasta el momento cuando llega delante del altar, y dice, “Aquí estoy para hacer tu voluntad.” Si conoces alguien que está en ese camino, dile, “te estoy encomendando.” El camino puede ser largo, pero si sabes que alguien te está acompañando en la oración, mucho mejor.  ​
Hno. John Kenny, Seminarista
​Roma, Italia
2 Comentarios
Ceci
11/10/2020 04:13:42 pm

Te encomiendo a TI y toda la comunidad de LC, que siempre vivan enamorados de Cristo, que nunca se cansen de dar, porque nada es más satisfactorio que eso!!
Dios contigo, bendiciones

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Diana Gómez
3/4/2021 03:34:15 pm

Elegí tu blog para ser el primero de la colección que ofrece la página pues realmente la preparación de cualuuer vocación es todo un proceso, pero la vocación sacerdotal o consagrada es especial pues conlleva en mucho la mano modeladora de Dios. Qué hermoso es ver cómo un consagrado a, Dios queda "atrapado" en el Amor más grande y puro que existe.

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