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María, corazón de la Iglesia

9/16/2022

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Si Jesús es la cabeza de la Iglesia, entonces podríamos decir que María es el corazón.
Es común, y correctamente dicho dentro de la Iglesia, decir que “se hablaba de María desde antes de la existencia del universo”, y no es ninguna sorpresa, considerando que para que la misión salvífica de Cristo tuviera lugar, ella era una pieza clave.
 
La carta encíclica Redemptoris Mater, escrita por San Juan Pablo II descubre y analiza aspectos muy importantes del rol de María en la historia de la salvación, haciendo referencia también a otro documento, escrito por Pablo VI que se titula Christi Matri, y en este texto vamos a dedicar algunas líneas a reflexionar sobre esta versión de María como madre. Tomando en cuenta que, en la vida de María, como en la de todos, vivió diferentes etapas, y sin descartar que en algún momento su rol principal fue ser hija, amiga, prima y esposa, hoy nos enfocamos en su ser madre, en el sentido literal y espiritual de la palabra.
 
El momento en que el mundo había llegado a cierta “plenitud” indica el mismo momento en el que el Espíritu Santo obra en María y plasma en ella la naturaleza humana de Cristo. Es en la Encarnación donde la Iglesia puede encontrar la perfecta unión de Cristo y su Madre, no solamente en el aspecto físico que caracteriza a cualquier embarazo, sino también en el aspecto espiritual que da inicio a la misión salvífica.
 
A pesar de que hay múltiples pasajes bíblicos a los que se puede hacer referencia cuando se habla de la maternidad de María (puesto que ninguno reflexiona verdaderamente sobre cualquier momento previo en su vida) vale la pena dar especial énfasis a algunos de ellos. Y, aunque parezca repetitivo, uno de los más emblemáticos es el de las Bodas de Caná.
 
En este texto, que la Iglesia se ha encargado de dar a conocer profundamente (y en caso de que no lo conozcas aún, te recomiendo tomarte unos minutos para leerlo en el libro de Juan 2, 1-11) vemos la mejor expresión de la maternidad de María. Juan Pablo II habla sobre cómo Dios, a través de Jesús fue preparando a María desde el nacimiento de su Hijo para una maternidad nueva, distinta. Una maternidad en la que cabía todo el mundo. Y es en este momento, desde mucho antes de que Jesús explícitamente la entregará al mundo como madre, que la misión de María toma fuerza, esa misión de llevar a Jesús a los hombres para que pudieran ser salvados.
 
Cuando María le dice a Jesús “No tienen vino” y luego a la gente “Hagan lo que Él les diga” vemos una intercesión que funciona en dos direcciones. Vemos a una María que había entendido completamente su rol como Madre de Cristo y la misión que Dios le había dado a su vida, había comprendido qué era lo que Jesús debía hacer para que la voluntad del Padre se cumpliera a tal punto de impulsarlo a iniciar con su vida pública. Como cualquier otra madre, empuja a su hijo a ser su mejor versión, y en su caso particular, la plenitud de la esencia de su hijo estaba en sanar, en obrar según el Espíritu y en devolver la vida a la fiesta. En primer lugar, vemos a una madre que perfecciona, que busca que su hijo sea completamente pleno y sea instrumento para la voluntad de Dios.
 
Pero Dios tenía para ella una misión superior a ser madre del verbo encarnado (si, existe una misión superior) y era la de ser madre de la Iglesia. Y es en este mismo pasaje donde se entiende por completo ese rol. Juan, quién luego recibiría a María en su casa, describe a una mujer que se preocupa por las necesidades, no solo de su hijo carnal, sino de quienes ya consideraba hijos espirituales. Ve en aquellos invitados a la boda una carencia, se habían quedado sin vino, y encontramos en ella una madre preocupada por solventar esa carencia. María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos.
 
Y no puede ser extraño para nosotros este actuar, porque es justamente lo que se espera de una madre. Se vuelve mediadora entre Jesús y los hombres, intercede por las necesidades de sus hijos y hace presente a la mejor versión de Jesús en ellas. “El hecho de haber sido para Jesús Madre según la carne, pero también, y sobre todo, porque ya en el instante de la anunciación ha acogido la palabra de Dios: porque ha creído, porque fue obediente a Dios, porque guardaba la palabra y la conservaba cuidadosamente en su corazón y la cumplía totalmente en su vida” habla de una mujer que fue una hija, amiga, prima y madre virtuosa, una mujer que es puro corazón, que sin buscar ser el centro de atención ni desviar la mirada de Aquel que es la cabeza de la Iglesia, nos refleja a través de la pureza y la ternura, cómo ama el corazón de la Iglesia.
Andrea Villareal
Formadora, Un Corazón Que Arde

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