UN CORAZÓN QUE ARDE POR LLEVAR A CRISTO

Hay una frase del Evangelio que escuché cuando tenía 19 años y que marcó profundamente mi vida: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su alma? (Marcos 8:36)

En este momento, les confieso que mi vida estaba “patas arriba”, un relajo total. Sentía exactamente eso: que estaba ganando el mundo, pero…perdiendo mi alma. Y de un instante a otro, esa frase hizo un “BOOM” en mi corazón y en mi mente. Como si mi vida se redujera a un pequeño punto frente a la eternidad. 

Junto a esa frase, surgió un pensamiento: ¡Todo pasa!...al final de la vida solo contará el bien que hagamos hecho, todo lo demás pasará. Pensaba en el mundo de la fama, de aquellos que dedicaron sus vidas a llevarse un óscar, a ser el número 1 en su área, a multiplicar sus ganancias convirtiéndose en millonarios…pero pasan los años, esas personas pasan y ¿qué huella dejaron?

Sin embargo, me daba cuenta que había personas que parecían no morirse y que incluso después de sus vidas, seguían inspirando. Esas personas son los SANTOS. Aquellos que conocieron el amor de Cristo, que se dejaron transformar por Él y se convirtieron en sus apóstoles, transmitiendo su amor durante su existencia e incluso después de la muerte. Son personas que no pasan, porque el amor es lo que permanece. 

En medio a esos pensamientos, surgió entonces un deseo: dedicar mi vida a evangelizar. Hablar de Cristo. De tal manera que las personas que se encontraran con Él pudieran experimentar lo que yo experimenté a mis 19 años: que el amor de Cristo cambia y transforma los corazones.

Han pasado ya 20 años de esa experiencia. Actualmente, soy consagrada en el Regnum Christi (un movimiento dentro de la Iglesia Católica). Me he dedicado esos años a acompañar a jóvenes en el conocimiento y crecimiento de su fe. He vivido tantas experiencias en misiones, retiros, al escuchar a tantas personas y cuánto más tiempo pasa, más me doy cuenta que lo único que da sentido a la existencia es el amor. Pero el AMOR verdadero que solo brota de un corazón que se dejó encontrar por el Amor de Cristo.

Desde el inicio de la pandemia, todos los días estuve haciendo lives en mi Instagram, sobre historias de conversión. Cada noche escuché a diferentes personas, de diferentes edades y países compartiendo cómo Dios cambió sus vidas.

Esa experiencia de haber escuchado a más de 100 historias, me confirmó todavía más que Dios hace nueva todas las cosas. Que Él tiene el poder de cambiar vidas que podríamos creer imposibles de cambiar. Me he dado cuenta que en todas las historias, Dios ha entrado en la vida de esas personas a través de una “pequeña apertura de corazón”, de una sincera y humilde súplica, tantas veces silenciada en el corazón de aquellos que experimentaban una tristeza profunda “Señor, si existes…ayúdame”… y Dios ha escuchado en el silencio de sus corazones a esas súplicas y ha actuado, poniendo en sus caminos a las personas, a las invitaciones, a los acontecimientos que serían el trampolín para un cambio de vida.
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Cuando Dios toca un corazón, lo transforma. ​

​Por lo mismo, lo que hace arder mi corazón, es llevarlo a Él a las personas. Para que lo conozcan, lo amen y lo sigan. Porque nadie ama a quien no conoce y nadie sigue a desconocidos. Cristo quiere revelarse, pero necesita instrumentos en esta tierra para llevarlo. Ese fue su último deseo antes de ir al Cielo, dirigiéndose a sus apóstoles: “Vayan por todo el mundo, y prediquen el Evangelio” y eso es lo que deseo: que Cristo sea conocido.

​Vero Brunkow, Consagrada del Regnum Christi
México